El reguetón - ésta nueva plaga contemporánea - ya ha cumplido cinco años, cuando desde Puerto Rico y Panamá se le dio cuerpo e impulso latinoamericano. Ha durado demasiado para su mediocridad.
Ya se sabe que es una fusión de ritmos acentuada con un beat constante y con un canto, que sólo es exigente en alguna capacidad de improvisación, y donde los textos muestran francamente la intención de posesión de bienes de lujo o de sexo superficial y directo, sin amor y sin pasión, muy acorde con el baile excitante que promueve.
Espero que ésta epidemia creada deliberadamente por fabricantes de novedades pase pronto, como también se lo deseamos al merengue acelerado y cretinizado, a la salsa romanticona, el rancherato pobre, el sonido ligero miamense, y otras boberías grabadas y publicitadas. Pero claro, lo definitivo será cuando la juventud reciba y obtenga educación y formación general y musical amplia y sólida para valorar lo que se le ofrece.
A los dueños y gestores de estas pobres excentricidades hay desearles que les vaya bien en los negocios y que algún día inviertan en algo más sustancioso sus grandes utilidades a costa de unos juvenícolas que sin criterio musical propio se dejan manipular.
Frente al reguetón idiotón,
prefiero la Orquesta Aragón
tocando un delicioso son
y brindando con un buen trago de ron . . .
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