Héctor Lavoe: el poeta callejero
NATURAL del barrio Machuelo de Ponce, Héctor Lavoe es una de las figuras principales en la historia de la salsa.
Como atributo, gozó de una dicción clara, que se añadía a su virtuosismo en la improvisación y que le permitía moldear las líricas de sus canciones con una creatividad indiscutible, triturando los versos hasta convertirlos en nuevos textos musicales.
Nacido el 30 de septiembre de 1946, Héctor Juan Pérez Martínez, su nombre de bautismo, vivió atado a la música desde pequeño, influenciado por la pasión artística de su madre, Leslie Martínez ("Pachita"); su padre, Luis Pérez ("Lucho"); y su abuelo, el trovador Juan Martínez, todos aficionados a la canción popular.
De niño disfrutaba de escuchar el programa radial "Industrias Nativas" que conducía Ladislao Martínez y en el que se transmitía la música de Ramito, Chuíto el de Bayamón, Odilio González y Daniel Santos. De todos ellos fue formando su fraseo y el tono melodioso jíbaro que años más tarde le imprimió a sus interpretaciones salseras.
Aunque en su infancia su padre lo indujo a convertirse en músico –y hasta llegó a estudiar en la Escuela Libre de Música "Juan Morell Campos" de Ponce junto a Papo Lucca– su derrotero final lo condujo al mundo de la canción, cautivando con sus vocalizaciones en temas de bolero, aguinaldos y salsa.
Sus andanzas musicales
Cuando tenía 14 años de edad, Héctor Lavoe reunió a un grupo de diez amigos músicos para cantar por las calles de su pueblo, llegando a ganar hasta $14 por noche.
En esas andanzas, nos relata el periodista Jaime Torres Torres, de El Nuevo Día, el cantante frecuentaba el Club Suevia de Ponce, en el que ganó notoriedad interpretando el bolero "Tus ojos".
Tres años más tarde, decidió partir a la ciudad de Nueva York para "probar fortuna", impulsado por las dificultades económicas de su familia y el dolor del desarraigo que aún conservaba por el fallecimiento de su madre, cuando apenas contaba con 3 años de edad.
El 3 de mayo de 1963 arribó a la urbe neoyorquina. Colmado de sueños y con el único propósito de cantar en una orquesta, el joven de apenas 17 años y 120 libras de peso fue a parar a casa de su hermana Priscilla, en el barrio del Bronx.
Allá pagó el precio de todo emigrante. Laboró largas horas en trabajos precarios durante el día y en las noches buscaba suerte por los salones de baile de la ciudad.
Su huella musical comenzó a dejar rastro entre las bohemias que realizaba junto a sus compatriotas en las noches de farra, hasta que un reencuentro con su amigo de infancia Roberto García, líder de un conjunto musical, le produjo su primera oportunidad artística, aunque en participaciones esporádicas.
No fue hasta el mes de noviembre de 1964 cuando el artista irrumpió con más determinación en el ambiente musical.
"Héctor Lavoe asistió a un club en la avenida Prospect, del barrio de Brooklyn, y conoce al pianista Rusell Cohen, director de la orquesta New Yorker Band. Allí le cantó unas líneas a capella del bolero "Plazos traicioneros", marcó los tonos y esa fue la primera canción que cantó con la orquesta, hasta llegar a grabar en 1965 su primer disco 45 (rpm) 'Está de bala'", cuenta Jaime Torres, quien ha recopilado las vivencias y la obra del artista en el libro "Cada cabeza es un mundo: Relatos e historia de Héctor Lavoe", que será publicado en noviembre de este año.
Añade, que en la New Yorker Band, Héctor Lavoe figuró como corista y maraquero junto a Rafael "Chivirico" Dávila, voz principal del grupo. Esa experiencia lo trajo de visita a Puerto Rico, en 1966, para presentarse en el Teatro Cayey y en el programa de Mirta Silva.
Luego, trabajó pocos meses con la orquesta de Francisco "Kako" Bastar, The Alegre All Stars, con quien grabó como primera voz del coro en una producción del grupo en 1967.
Ese mismo año, en el Club Tropicoro, ubicado al sur del Bronx, conoció a Johnny Pacheco, quien luego de escucharlo cantar le presentó al joven trombonista y arreglista Willie Colón, quien buscaba un vocalista para la grabación de su primer álbum, "El Malo".
Pacheco jamás pensó que ese junte unía a las dos estrellas más refulgentes que tendría la salsa en la primera etapa del desarrollo de la nueva familia discográfica de la Fania.
Sentimiento hecho canción
El binomio Héctor Lavoe y Willie Colón trastocó los patrones rítmicos que marcaron el compás del nuevo género salsero, hasta entonces dominado por un sonido agresivo.
Esta unión lanzó una nueva propuesta musical que combinó el tono pícaro e hiriente de la voz del cantante ponceño y su apego a las melodías de la canción tradicional boricua, con el interés del intrépido trombonista de proyectar en su trabajo la evocación nostálgica del sonido de las raíces de la música puertorriqueña.
Así, el orgullo campesino logró un espacio en el mundo salsero que se curtió en la diáspora, combinado con composiciones modernas y matizadas por fraseos y frases típicas de la ruralía, como el famoso "lelolai".
Héctor Lavoe y Willie Colón triunfaron porque, además de cautivar con su propuesta artística, lograron sembrar la imagen de niños malos del barrio. Se abrieron paso contando sus historias, como si se tratara de la consignación de un texto social que relataba las vicisitudes del emigrante.
Este junte duró 7 años, produjo 10 discos y sentó pautas con éxitos como "Ausencia", "Cheche colé", "Juana Peña", "Barrunto", "Abuelita", "La Murga", "Piraña", "Soñando despierto" y "Todo tiene su final".
En 1973, Willie Colón optó por disolver su orquesta cansado de los descontroles y los desórdenes de la vida un poco turbia que llevaba Héctor Lavoe, no sin antes recomendarle que armara su propia banda, para la que le ofreció sus músicos y se mantuvo como productor de sus discos.
La voz de un nuevo tiempo
Héctor Lavoe comienza una nueva etapa en su vida con la aparición, en 1975, de la producción "La voz", que incluyó su primer éxito en solitario, "El Todopoderoso".
Luego, en 1976, lanza "De ti depende", con el clásico "Periódico de ayer", justo cuando ya era considerado como el mejor cantante puertorriqueño de salsa de Nueva York.
Su vida, sin embargo, anduvo en sobresaltos y los malos andares le provocaron un retiro temporal de los escenarios para someterse a un tratamiento contra la adicción a drogas.
Meses más tarde, regresa recuperado a complacer a su público con el álbum "Comedia" (1978), uno de los más exitosos en su carrera que incluyó los temas "La verdad", "Comedia" y "El cantante", este último escrito por Rubén Blades. A esa producción le siguió "Recordando a Felipe Pireda" (1979), "Feliz Navidad" (1979), "El sabio" (1980), "Qué sentimiento" (1981) y "Vigilante" (1983), que incluyó el tema "Juanito Alimaña", escrita por Tite Curet Alonso y que en la voz de Héctor Lavoe se consagró como una oda más a la historia de "maleantes honorarios".
En 1985 publicó "Reventó", con los éxitos "La vida es bonita" y "La fama", y en 1987 lanza su último trabajo en solitario, "Strikes Back", que incluía el tema "Loco", en una abierta manifestación de deshago.
Tras cada interpretación, imprimió el estilo callejero y desafiante que representó, adornado con su amplio refranero popular y su tono de "poeta de la calle".
"Todo tiene su final"
En los últimos pasos de su vida, y tras haber vivido una secuela de desgracias, la noche del 25 de junio de 1988 se presentó en el coliseo "Rubén Rodríguez" de Bayamón, junto a otras estrellas salseras, en un evento que no cosechó el éxito acostumbrado en sus años de gloria.
Aquella noche sólo se congregó un puñado de fanáticos que a duras penas sumaban trescientos. Aún así, Héctor Lavoe salió a escena pero los productores le impidieron cantar silenciándole el sonido y apagándole las luces.
Saturado y frustrado, regresó al hotel Regency de San Juan, donde pernoctaba, y el domingo 26 de junio de 1988 se lanzó al vacío desde el octavo piso.
Mucho se especuló sobre las causas que lo llevaron a aquella desgracia: pesadumbre, drogas, sida. Al final, el hecho sólo marcó el ocaso de una vida gloriosa y atormentada que postró al salsero y lo dejó malherido, al punto de malograr sus cuerdas vocales.
Tras el incidente, intentó volver a cantar sin éxito y sin que nadie se compadeciera de su pena. Siempre hubo sedientos productores que en su afán de lucro lo presentaron en conciertos, aunque apenas podía entonar sus afamadas melodías.
El mediodía del 29 de junio de 1993, cinco años después de mal intentar su intento de suicidio, murió en la ciudad de Nueva York.
Siempre será "el cantante de los cantantes"
EN LA historia de la salsa, Héctor Lavoe encarna el diálogo entre el sentimiento callejero y el hombre de barrio que esconde las virtudes y desventuras de la sociedad que lo abrigó.
De cantar dulce e hiriente, plasmó en su voz el retrato de la vida de los puertorriqueños que emigraron a Nueva York desde mediados del siglo pasado con la ilusión de reinventar sus vidas y quienes hallaron un mundo colmado de violencia, marginación y desigualdades.
En ese contexto, sus interpretaciones se colocaron entre las favoritas de los salseros por representar el lenguaje crítico que retrataba la sociedad de su época.
En cada vocalización imprimió el fraseo más cercano a la experiencia marginal, con un tono influenciado por el sonido de la música jíbara de Puerto Rico.
Fue reflejo de su época. Combinó en su repertorio el cuento de casos temibles ("Hacha y machete"), tramas mafiosos ("Juanito Alimaña"), situaciones sociales ("Calle luna, calle sol"), escenas del desamor ("Periódico de ayer"), temas religiosos ("Todopoderoso") e incidencias personales ("El día de mi suerte").
Aportó a la historia de la canción popular una fuerza narrativa y musical que rondó entre la crónica periodística y el relato social de los desajustes, injusticias y lacras del sistema.
Por su estilo se ganó el apelativo de "El Bad Boy de la Salsa", nombre que que-dó reforzado en las imágenes que ilustraron las carátulas de sus discos en los años gloriosos junto a Willie Colón, el otro niño malo.
Una mirada a su obra musical aparece ceñida a los antros oscuros que abundaban en las zonas rojas de la ciudad neoyorquina, como si sus canciones se trataran de un texto de novela negra.
Logró su sitial de "representante del pueblo" por la autenticidad que mostraron sus versos y porque, ante todo, nadie dudó que era un conocedor de las calles a las que le cantó, que fue reportero y protagonista de muchos de los sucesos que contó y que sus pasos transitaron por los barres más ordinarios del barrio boricua, junto a los suyos.
Las incidencias de su vida, en cambio, hacen su obra copiosa e interesante, por pero arriesgada y desafortunada. Con astucia, Héctor Lavoe volcó sus canciones en radiografías sociales, capaces de abordar te-máticas tan disímiles como las drogas, las crisis y los móviles de la ciudad, hasta el amor y la religiosidad.
Obra de periodista retrata el mundo de Héctor Lavoe
DESDE LA mirada puntillosa del periodista, Héctor Lavoe no podía ser más que un artista único, irrepetible, de la talla de figuras como Carlos Gardel, de esos que sólo surgen cada centuria, original e incomparable.
Así lo expresa Jaime Torres Torres, destacado reportero de El Nuevo Día que ha dedicado 20 años de su carrera profesional a la cobertura y estudio del desarrollo de las tendencias de nuestra música popular, y quien a principios del mes de noviembre publicará el libro "Cada cabeza es un mundo: Relatos e historias de Héctor Lavoe", una investigación de 15 años que presenta un conjunto de cuentos cortos y crónicas sobre el artista.
En este trabajo, la apreciación a la obra del denominado "Cantante de cantantes" superan las historias que han arrojado luz sobre el desempeño musical y vocal del artista, yéndose al comentario noticioso, con un vistazo más preciso, delicado y exhaustivo, capaz de hilvanar el recuento de la vida del salsero, en su contexto social y su proyección en el relato de sus melodías.
"El trabajo pretende llevar al lector a través de la vida del artista más importante del género. No es una biografía, es un compendio de sus episodios complementado con un análisis de su obra, un anecdotario y su discografía", cuenta el autor.
Confiesa que esta obra surge de la inquietud que le provocó la noticia de su intento de suicidio, el 26 de junio de 1988, en el hotel Regency de San Juan.
"Recuerdo aquel día, cerca de la 1:00 de la tarde, cuando camino a Río Grande escuché en la radio, en voz de Junior Vázquez, que Héctor Lavoe se batía entre la vida y la muerte tras lanzarse del noveno piso del hotel. De pronto me hice muchas preguntas: qué razones pudo tener, si fue un accidente, un suicidio, si alguien lo tirá al vacío… fueron preguntas y más preguntas que me sumergieron en una búsqueda de datos que incluyó tres entrevistas al cantante y el cúmulo de memorias de sus conciertos y presentaciones", dice el veterano reportero, cuyo libro contará con un prólogo a cargo del músico Willie Colón.
Para Jaime Torres Torres, Lavoe "fue un artista original que abordó de una manera auténtica y elocuente la salsa al estilo puertorriqueño, contrario a otros intérpretes de la época que la cultivaban desde la herencia del son cubano".
Al recordar su experiencia cara a cara con el salsero, resalta al ser humano transparente y sincero, "que llamó las cosas por su nombre y opinaba sin tapujos" y que frente a su público fue "engreído y mimado".
"Siempre mencionaré que fue todo lo contrario al Héctor Lavoe que representó Domingo Quiñones en 'Quién mató a Héctor Lavoe', que es la caricatura del verdadero Lavoe: auténtico, genuino y original. En la obra nos presentaron a un Lavoe encorvado, robotizado, arrebatado, mal hablado… cuando él fue un individuo de sentimientos muy nobles, no hubo distancia entre el artista y el ser humano, siempre fue el mismo. Es triste cuando te encuentras cómo una obra como ésa, que explota indiscriminadamente la enfermedad y el calvario de una figura para llenar una sala (de teatro) ignorando los antecedentes, las circunstancias sociales y culturales, el drama humano y la personalidad de un ser humano que fue bendecido con un talento y que un día a la edad de 17 años emigró a la babel de hierro, soñando con un futuro mejor, y por su generosidad, nobleza e ingenuidad fue devorado por el sistema", concluye.
"Fuerte, hacha y machete"
Héctor Lavoe no quería estudiar música y dejó de asistir a la escuela al punto de ser expulsado por ausencias.
Por su flacura le decían "el hombre que cuando está de frente, parece que está de lado".
Gozaba de imitar la forma de cantar de Daniel Santos.
Sus influencias salseras las adquiere de Cheo Feliciano, Ismael Rivera e Ismael Quintana.
Le pusieron el nombre de Héctor Lavoe porque para los años en que se erigía como una de las grandes promesas salseras ya era famoso Felipe "La Voz" Rodríguez.
Cantó "Sóngoro Cosongo" en homenaje al poeta cubano Nicolás Guillén.
Por su talante como improvisador se ganó los nombres de "El cantante de los cantantes", "El Bad Boy de la Salsa", "El Cantante", "El jibarito de Ponce" y "El rey de la puntualidad", este último porque nunca llegó temprano.
Nunca exhibió aires de arrogancia y siempre fue humilde.
Fue frágil y cariñoso, y gozó de una voz de tenor al estilo callejero.
Tenía un buen sentido del humor y se burlaba de sus tragedias.
Destiló una conducta autodestructiva.
Willie Colón siempre se consideró su verdadero amigo.
Siempre contó con la ayuda de su esposa Nilda y su hija Leslie.
En marzo de 1993 apareció en el club Las Vegas de Manhattan para un homenaje, pero no pudo cantar.
El 29 de junio de ese mismo año los médicos del hospital Saint Claire de Nueva York certificaron su muerte.
El 2 de julio, a las 3:00 de la tarde, fue sepultado en el Saint Raymond's Cementery, en el barrio del Bronx.
Sus restos fueron trasladados a Puerto Rico el año pasado y reposan junto a los de su esposa y su hijo.
Su canto lastimero
Su madre murió cuando tenía 3 años de edad.
Sufrió el asesinato de su hermano.
Vivió su vida en sobresaltos y sucumbió ante las drogas.
A principios de 1987, su residencia en el condado de Queens se incendió y para salvar su vida y la de su esposa Nilda tuvo que saltar del segundo piso.
En mayo de 1987 su hijo mayor, Héctor Luis, muere a los 18 años de edad de un disparo accidental que le produjo un amigo. Esta muerte se consideró el límite de su existencia.
Ese mismo año su suegra fue asesinada y su padre fallece.
A principios de 1988 se le diagnostica que padece de sida.
Intentó suicidarse en Puerto Rico el 26 de junio de 1988.
Sufrió una parálisis facial en el lado izquierdo de su rostro y cojeaba de la pierna izquierda.
Fue intervenido quirúrgicamente en repetidas veces.
Vivió sus últimos años sin dinero y de la ayuda de sus amigos.
Muere a los 47 años de edad, el 29 de junio de 1993.